domingo, 7 de junio de 2009

Vanguardias Estéticas del 20: Borges, Marechal y otros


Jornadas Gratuitas

Vanguardias Estéticas del 20:

Borges, Marechal y otros.

(inscripción por mail hasta el 30 de junio)


Presentación


Habiendo pasado una década desde la celebración del centenario de la Revolución de Mayo, en un ambiente de buen humor, algo de ingenuidad y ausencia de problemas sociales graves, un grupo de escritores veinteañeros (Borges, Marechal, Girondo, entre otros) se encargó de renovar las letras argentinas con colaboraciones polémicas en revistas literarias, especialmente en Martín Fierro.
El crecimiento demográfico y la movilidad social mezclaron raigambres patricias, movimientos obreros anarquistas, criollismo e inmigración. La tensión entre “lo de afuera” y “lo de acá” estableció el debate local sobre modernidad y vanguardia que empieza casi abruptamente pasado el 1920.
La ciudad recibía a la radiofonía, al jazz y al tango, y los martinfierristas recibían a Ricardo Güiraldes. Así hicieron una revisión nostálgica de la literatura nacional y crearon una literatura de vanguardia, que tenía como protagonista a la ciudad que crecía y que extrañaba cada vez más los tiempos de la “Gran Aldea”.
El resultado de estos movimientos, en líneas generales, fue la asimilación depurada de las innovaciones propuestas por el modernismo y un retorno bastante generalizado hacia la sencillez expresiva.
Todas estas coordenadas geográficas, socio-políticas y estéticas, en su conjunto, no alcanzan para abordar un acontecer artístico, afortunadamente. Es sano esperar que el arte trascienda los hechos.
Es entonces cuando se entiende que aquellas coordenadas históricas ayudan a recorrer el camino sano y divertido que va desde lo metafísico hacia lo físico. El punto de partida y el de llegada pueden invertir su orden sin importancia alguna. Lo verdaderamente valioso, en última instancia, será alcanzar un entendimiento y apreciación espiritual de las formas artísticas.


Bibliografía


Primer Encuentro

Lugones, Leopoldo. Historia de Sarmiento. Capítulo 5 “El escritor”. Comisión Argentina de fomento interamericano, Buenos Aires, 1945. p.148-168.

Borges, Jorge Luis. Prólogos con un prólogo de prólogos. “José Hernández, Martín Fierro”. J.L. Borges Obras Completas IV, Emecé, Buenos Aires, 1996. p. 84-93.

Lugones, Leopoldo. Lunario Sentimental (Selección). Leopoldo Lugones Obras Poéticas Completas, Aguilar, Madrid, 1948. p.197-263

Borges, Jorge Luis. Leopoldo Lugones. “El poeta”. Emecé.

Fernández, Macedonio. Relato, cuentos, poemas y misceláneas. “Leopoldo Lugones”. Corregidor. p.194-195.

Almafuerte. Gimió cien veces. Almafuerte Obras Completas Poesías II, Jackson. Buenos Aires. P 55-61.

Segundo Encuentro

Banchs, Enrique. La Urna. (Selección). 1911.

Banchs, Enrique. Versos del anochecer (Selección). Ediciones del Dock. P. 73-75.

Borges, Jorge Luis. Ultraismo. J.L. Borges Textos Recobrados (1919-1929). Emecé, Buenos Aires, 2007. p. 102-103.

Borges, Jorge Luis. Manifiesto del Ultra. J.L. Borges Textos Recobrados (1919-1929). Emecé, Buenos Aires, 2007. p 106-108.

Borges, Jorge Luis. Anatomía de mi “Ultra”. J.L. Borges Textos Recobrados (1919-1929). Emecé, Buenos Aires, 2007. p. 117-118.

Fernández Moreno, Baldomero. Poemas del Uruguay (Selección). Editorial Perrot, Buenos Aires. p. 19-21.

Fernández Moreno, Baldomero. Las cien mejores poesías de Fernández Moreno (Selección). Eudeba, Buenos Aires. P. 8-89; 108-111; 122-123.

Tercer Encuentro

Arabia, Juan. Leopoldo Marechal. Revista Megafón, Buenos Aires, nro. 1, septiembre-octubre 2007. p.12-15.

Marechal, Leopoldo. Retruque a Leopoldo Lugones. Leopoldo Marechal Obras Completas V, Libros Perfil, Buenos Aires, 1998. p.223-226.

Marechal, Leopoldo. Filípica a Lugones y otras especies de anteayer. Leopoldo Marechal Obras Completas V, Libros Perfil, Buenos Aires, 1998. p .227-229.

Marechal, Borges, Vallejo, Méndez. Romancillo, cuasi romance del “Román-cero” a la izquierda. J.L. Borges Textos Recobrados (1919-1929). Emecé, Buenos Aires, 2007. p 301-302.

Marechal, Leopoldo. Sobre luna de enfrente de Jorge Luis Borges. Leopoldo Marechal Obras Completas V, Libros Perfil, Buenos Aires, 1998. p.411-414.

Marechal, Leopoldo. La nueva generación literaria Leopoldo Marechal Obras Completas V, Libros Perfil, Buenos Aires, 1998. p. 215-216.

Cuarto Encuentro

Borges, Jorge Luis. Las “nuevas generaciones” literarias. Textos Cautivos, J.L.Borges Obras Completas IV, Emecé, Buenos Aires, 1996. p. 261-263.

Sorrentino, Fernando. Primera Conversación (Lugones y los errores del ultraísmo- La intemporalidad de Banchs - Macedonio Fernández y Xul Solar- Leopoldo Marechal – Guiraldes). Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, El Ateneo, Buenos Aires, 2001. p.27-44.

Borges, Jorge Luis. Luna de enfrente (Selección: “Amorosa anticipación”; “El General Quiroga va en coche al muere”; “Versos de catorce”). Emecé, Buenos Aires, 1974. p. 59; 61; 73.

Borges, Jorge Luis Cuaderno San Martín (Selección: “Fundación Mítica de Buenos Aires”; “Muertes de Buenos Aires”). Emecé, Buenos Aires, 1974. p. 81; 90-92.

Fernández, Macedonio. Relato, cuentos, poemas y misceláneas (Selección). Corregidor. p. 99-107.

Girondo, Oliverio. Persuasión de los días. “Nocturno”. Losada, Buenos Aires, 1968. p.43-55.

Bernárdez, Francisco. Poemas de carne y hueso. “El hijo”; “Las nubes”. Losada, Buenos Aires, 1944. p.11-14 ; 37-43.

viernes, 12 de diciembre de 2008

John Fante - 1909-1983

Link: Novela completa, Pregúntale al Polvo. De John Fante.


“Yo era joven, pasaba hambre, bebía, quería ser escritor. Casi todos los libros que leía pertenecían a la Biblioteca Municipal del centro de Los Ángeles, pero nada de cuanto me caía en las manos tenía que ver conmigo, con las calles, ni con las personas que me rodeaban. Me daba la sensación de que todos se dedicaban a hacer juegos de prestidigitación con las palabras, que aquellos que no tenían prácticamente nada que decir pasaban por escritores de primera línea. Sus libros eran una mezcla de sutileza, artesanía y formalismo, y era esto lo que se leía; se enseñaba en las escuelas, se digería y se transmitía. Era un invento cómodo, una logocultura ingeniosa y prudente. Había que volver a los autores anteriores a la Revolución Rusa para encontrar algo de aventura, un poco de pasión. Había excepciones, pero eran tan escasas que se agotaban rápidamente y uno se quedaba sin saber qué hacer ante las filas interminables de libros insípidos. A pesar de todo lo que podía haberse aprendido en los siglos precedentes, los autores modernos no eran lo que se dice muy hábiles. Cogía de las estanterías un libro tras otro. ¿Por qué nadie decía nada? Probé en las distintas secciones de la biblioteca.
La sala de religión me pareció un páramo tan vasto como inútil. Fui a la de filosofía. Di con un par de alemanes resentidos que me estimularon una temporada, hasta que los olvidé. Probé con las matemáticas, pero las matemáticas superiores no se diferenciaban de la religión, no me afectaban en absoluto. Lo que yo buscaba no se encontraba al parecer en ninguna parte. Probé con la geología, y al principio sentí cierta curiosidad, pero me resultó insustancial a la postre. Descubrí ciertos libros sobre cirugía y me gustaron: las palabras eran nuevas y las ilustraciones maravillosas. En concreto, me gustaron y memoricé los detalles de las operaciones del mesocolon. Al final abandoné la cirugía y volví a la gran sala abarrotada de autores de novelas y cuentos (cuando tenía morapio en abundancia no iba por la biblioteca. Una biblioteca era un lugar estupendo para pasar el rato cuando no se tenía nada para comer o beber y cuando la dueña de la casa lo perseguía a uno con los recibos atrasados del alquiler. En la biblioteca, por lo menos, se podía ir al lavabo sin problemas). Vi muchísimos compañeros de vagabundeo allí, casi todos dormidos sobre el libro abierto. Seguí recorriendo la sala general de lectura, cogiendo libros de los estantes, leyendo unas cuantas líneas, unas cuantas páginas, y dejándolos en su sitio a continuación. Pero cierto día cogí un libro, lo abrí y se produjo un descubrimiento. Pasé unos minutos hojeándolo. Y entonces, a semejanza del hombre que ha encontrado oro en los basureros municipales, me llevé el libro a una mesa. Las líneas se encadenaban con soltura a lo largo de las páginas, allí había fluidez. Cada renglón poseía energía propia y lo mismo sucedía con los siguientes. La esencia misma de los renglones daba entidad formal a las páginas, la sensación de que allí se había esculpido algo. He ahí, por fin, un hombre que no se asustaba de los sentimientos. El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia. Comenzar a leer aquel libro fue para mí un milagro tan fenomenal como imprevisto. Tenía tarjeta de lector. Rellené la hoja del servicio de préstamo, me llevé el libro a casa, me tumbé en la cama, me puse a leerlo y mucho antes de acabarlo supe que había dado con un autor que había encontrado una forma distinta de escribir. El libro se titulaba “Pregúntale al polvo”, y el autor se llamaba John Fante. Tendría una influencia vitalicia en mis propios libros. Acabé “Pregúntale al polvo” y busqué más libros de Fante en la biblioteca. Encontré dos. “Dago red” y “Espera a la primavera, Bandini”. La calidad era la misma, se habían escrito con el corazón y las entrañas y no hablaban de otra cosa. Fante tuvo sobre mí un efecto poderoso. Poco después de leer los libros que he citado conviví con una mujer. Estaba más alcoholizada que yo, sosteníamos peleas violentas y a menudo le gritaba: “¡No me llames hijo de puta! ¡Yo soy Bandini, Arturo Bandini!”. Fante fue para mí como un dios, pero yo sabía que a los dioses hay que dejarles en paz, que no hay que llamar a su puerta. Sin embargo, me ponía a hacer conjeturas sobre el punto exacto de “Angel’s Flight” en que al parecer había vivido y hasta pensaba que a lo mejor seguía viviendo allí. Casi todos los días pasaba por el lugar y me preguntaba: ¿Será ésa la ventana por la que se deslizaba Camila? ¿Es ésa la puerta de la pensión? ¿Es ése el vestíbulo? No lo he sabido nunca. Treinta y nueve años más tarde he vuelto a leer “Pregúntale al polvo”. Quiero decir que lo he vuelto a leer este año y que todavía se sostiene, al igual que las demás obras de Fante, pero éste es el libro que prefiero porque constituyó mi primer encuentro con la magia. Queda mucho por decir de la vida de John Fante. Una vida con una suerte extraordinaria, con un destino horrible y llena de una valentía tan natural como insólita. Es posible que se cuente algún día, aunque creo que a él no le gustaría que yo la contase aquí. Permítaseme decir, sin embargo, que en su forma de escribir y en su forma de vivir se dan las mismas constantes: fuerza, bondad y comprensión.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Poemas de José Ahuitzotl Pastrana Hernández

Claroscuro.

¡Paremos ya de mares si el infierno faga!
Que hemos estado ya mil veces naufragando en los suspiros,
¡Andemos pues la lucidez de un grito,
El resplandor de un sueño,
La tempestad, las saetas,
El anhelo y el destino!

Aves.

Pude haber sido bueno, hallar la espera en mis suspiros y buscarla fuera de ellos, beber gota a gota ríos interminables de la fiebre y embriagarme enteramente al cobijo de la luna, o ahogarme por siempre en las manos de la aurora.

Mas perdí mis ojos entre el Ecuador y el viento, vertí la vid en el cielo e inundé mi cuerpo de desiertos, pude haber sido malo.
¡Vaya fortuna que es el hado mío!

La muerte del cielo.

Penumbras que enervan artificios, fonemas derrumbados por la mala fiebre, y mi voz ya casi inerte, deshilándome de lumen el lobo y el hombre, se cuaja la tarde como herida y sangre.
Se mueve el viento como andando laberintos, ancla en mar de mí el dolor un barco negro, marchitándose mis flores, vomitando lodo mi destino entero, desnudo en hielo bajo rocas, techos, fuego.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Entrevista a Juan Arabia, por Pablo Guillén, 26-05-'8

¿Cree que existe aún la esperanza de poder realizar revistas literarias impresas?

Es una pregunta interesante, porque si bien la literatura es o se ha transformado en lo que hoy en día representa, deberían más que existir revistas, especies de catálogos a modos de folletos con precios y breves reseñas. Hasta el culto del libro se ha perdido…Quiero decir que, por lo menos yo pensaba que era inútil –muchas veces lo sigo pensando- emprender una empresa de esta categoría. Muy poca gente lee, lo que conlleva a que todavía menos gente leerá lo que se escribe sobre los libros. Pero sorprendentemente esas personas existen. Lo que respecta al formato, yo creo que no desaparecerán las revista literarias impresas; en cambio sí los diarios… o al menos es eso lo que espero. Una noticia o una investigación, al ser acontecimientos tan efímeros, pueden y deben trabajarse desde otros lugares: por medio de la escritura pero en soportes más dinámicos, o por otros medios, sea como la televisión o la radio. En cambio la literatura es y será un encuentro íntimo y silencioso entre un texto y un lector. Otras formas de literatura, ya sea como la oral o lo que fuere, pueden enriquecer a la misma, pero nunca más que eso. Más allá de que hoy en día internet sea algo muy poderoso para los escritores, no creo que atente contra el formato impreso: más bien creo que lo respalda.


¿Qué criterio adopta para seleccionar los textos que en su revista se inscriben?

Más allá de la heterogeneidad temática y retórica que la revista propone, supongo que la literatura, al no ser más que una combinación azarosa de símbolos, intenta brindarle al lector una forma de felicidad, la búsqueda de la conmoción. Si bien todos los textos son trabajados desde una sensibilidad y no desde el vago artificio del periodismo, los trabajos son en general introducciones y prólogos creados para incentivar el estudio de un autor, o de un tema.

¿Cuál cree que es el aporte de Megafón a diferencia de otras revistas del mismo género?

En primera instancia no es una revista politizada, como lo son casi todas hoy en día. Y afirmo politizada, desde el punto de vista político y no estético. Hoy en día todas las revistas culturales parecen salidas de lugares fríos y académicos; es decir, hay muchos tipos de arreglos económicos que solos ellos conocen. Pero son revistas que se venden, aunque parezca mentira, y las consumen los estudiantes, evidentemente. El problema es que las instituciones mismas están demasiados politizadas, y los programas universitarios incluyen “literatura piquetera” y esas cosas que solo en un país como el nuestro pueden existir. Hoy día, las revistas de izquierda, son tanto o más capitalistas que grupo clarín, etc.
Megafón, por su parte, apunta al hecho estético y revolucionario del arte. La parábola de Cristo, la salvación en Blake.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Cómo llegar a ser Poeta, por Dylan Thomas



Con evidente exceso de confianza, me ha invitado un editor a escribir sobre este asunto.
¡Tantos otros asuntos como podía haberme sugerido! Los enredos de las escenas de seduc­ción en el teatro Watts-Dunton, Charles Mor­gan, mi personaje favorito de ficción, Mr. T. S. Eliot y la crisis del dolar, la influencia de Lau­rel en Hardy y de Hardy en Laurel... Como escribe Fowler en su Diccionario de Uso del Inglés, «cuántas palabras no se podrían decir de todas esas cosas si tales fueran mis temas de ensayo». Pero, contrariado artesano, volveré a mi tema original.
Ya de entrada, y a modo de nota supuesta­mente informativa, quiero aclarar que yo no considero la Poesía como un Arte ni Oficio, ni como la expresión rítmica y verbal de una necesidad o premura espirituales, sino simple­mente como el medio para un fin social, siendo dicho fin la consecución de un estado en socie­dad lo bastante sólido como para justificar que el poeta tienda a eliminar o se deshaga de ciertos amaneramientos, fundamentales en un primer período, en el habla, la indumen­taria y la conducta. Para justificar también ingresos económicos que satisfagan sus necesidades más apremiantes, de no haber sido aquél víctima ya del Mal de los Poetas o del Gran Basurero (Londres). Para justificar, en fin, una seguridad permanente ante el temor de tener que seguir escribiendo. No pretendo preguntarme si la poesía es cosa buena en sí misma, pregunta sin respuesta posible, sino tan sólo si puede convertirse en un buen ne­gocio.
Para empezar, presentaré al lector, aña­diendo comentarios que acaso vengan a resul­tar en ocasiones innecesarios, unos cuantos tipos de poetas que se han hecho con cierta autoridad social o financiera.
Primeramente están, aunque no sigamos un orden según la importancia, los poetas funcio­narios, a quienes se ha concedido el certificado de «líricos». Dichos poetas pueden a su vez subdividirse en dos clases diferentes según su aspecto físico. Está el poeta delgadito, de as­pecto más que imberbe, labios descaradamente sensuales y tan tentadores como un ponedero para una gallina, desprovisto de toda masculinidad, ojos empequeñecidos y enrojecidos por sus lecturas francesas –pues el francés es len­gua que no comprende–, instalado en un ático provinciano en su etapa de repelente juventud, la voz como uña de ratón raspando papel de estaño, nariz transparente e incoloro aliento. Y está también el poeta de gran papada y poblada pelambrera, fumador de pipa y de nariz peluda, de ojos penetrantes donde se refleja toda la sabiduría de Sussex, con el olor de los perros que detesta prendido en sus añosas ves­timentas, con la voz de un culto Airedale que ha aprendido a pronunciar las vocales en cur­sos por correspondencia, y amigo íntimo de Chesterton, a quien nunca llegó a conocer.
Veamos ahora de qué forma ha alcanzado nuestro hombre esa envidiable y actual posi­ción de Poeta que ha hecho rentable la Poesía.
Después de ingresar como funcionario en la Administración a una edad en que muchos de nuestros jóvenes poetas se refugian en la Radio, equivalente del Mar en nuestros días, queda en un principio sepultado bajo mon­tañas de papeles que, en años futuros, ha de despreciar, con mordacidad no exenta de re­torcida ironía, en su En torno a mis carpetas y anaqueles. Transcurridos unos años, empieza a asomarse por entre los archivos y expedien­tes donde vive su vida ordenadita y ratonil, y aquí picotea una miga de queso y allí una pizca de excrementos, valiéndose de sus pulgares sucios de tinta. Su oído, misteriosamente sen­sible, reconoce ya familiarmente el susurro de las hojas de los cartapacios. Y aprende muy pronto que un poema en la revista de los fun­cionarios es, si no un peldaño más, al menos un lametón en la dirección más adecuada. Y entonces escribe un poema. Y un poema, desde luego, sobre la Naturaleza. En él se confiesa el deseo de escapar de la aburrida rutina y de abrazar la nada sofisticada vida del labrador. Desea, pero sin escándalo, despertar con las aves. Manifiesta su opinión de que a su pe­queña fuerza más convendría la reja de un arado que la misma pluma que blande. Decoroso panteísta, se identifica con los riachue­los, los monótonos molinos, los rosados culitos de las lecheras, con las bermejas mejillas de los cazadores de ratas, con los zagales y los puercos, con el bisbiseo de los corrales y con las camuesas. Tienen sus poemas el aroma del campo, la campiña y las flores, el aroma de las axilas de Triptolomeo, de los graneros, henares y hogueras, y, sobre todo, el aroma de maizal. Se publica el poema. Bastará citar un breve extracto lírico de su comienzo:

The roaring street is hushed!
Hushed, do I say?
The wing of a bird has hrushed.
Time’s cobweds away.
Still, still as death, the air
over the grey stones!
And over the grey thoroughfare
I hear sweet tones!
A blackbird open its bill.
–A blackbird, aye!–
And sing its liquid fill
from the London sky. *

* _
La calle estruendosa ha quedado en silencio
¿Silencio, digo?
El aleteo de un pájaro ha sacudido
las telarañas del Tiempo.
Plácido, plácido cual la muerte, el aire
sobre las piedras grises.
Y sobre la calle gris
dulces tonos siento.
Abre su pico un mirlo.
¡Un mirlo, ay!
Y derrama su líquida carga
desde los cielos de Londres
.

Poco después de la publicación, recibe en un pasillo el saludo asentidor de Hotchkiss, de la «Inland Revenue», poeta a su vez de fin de semana, ya acreditado con dos pequeños volúmenes, media pulgada en el Quién es quién de la Poesía o en el Calendario Newbolt, ca­sado con una mujer de cuello anguloso y de­rrotado flequillo, propietario de un coche que siempre le lleva («le lleva», porque el coche se diría que anda solo) a Sussex –al modo en que el caballo de un reverendo trotaría im­pensadamente hasta las puertas de una taber­na–, y acreditado también con una monogra­fía, aún sin terminar, sobre la influencia de Blunden en la literatura religiosa.
Hotchkiss, en un almuerzo con Sowerby, de la Customs, a su vez figura literaria de cierta importancia que cuenta con una colum­na semanal en el Will o’ Lincoln’s Weekly y que tiene su nombre en el catálogo editorial de Obras Maestras del Club Quincenal (pre­cios reducidos para escritores y descuento del setenta y cinco por ciento en las obras com­pletas de Mary Webb para Navidad), comenta como al azar: «Sowerby, tiene usted en su de­partamento a un tipo bastante prometedor. El joven Cribbe. He estado leyendo parte de su Deseo de la garza...»
Y el nombre de Cribbe corre ya por los más fétidos círculos literarios.
A continuación se le pide su contribución, con un pequeño conjunto de poemas, para la antología de Hotchkiss, Gaitas nuevas que So­werby elogia –«un extraño don para la frase inolvidable»– en su Will o’ Lincoln’s. Cribbe envía copias de la antología, firmadas todas ellas laboriosamente: «Al más grande poeta de Inglaterra, en homenaje», dedicatoria repe­tida para los veinte poetas más insoportables del país. Alguno de estos delicados presentes reciben la correspondiente respuesta agradecida. Sir Tom Knight, interrumpiendo breve y aturdidamente sus momentos de contempla­ción y retiro en un inolvidable y único fin de semana, encuentra un momento para mandar­le unos garabatos escritos de su mano en papel timbrado con blasones. «Apreciado señor Crib­be –escribe sir Tom–, en mucho estimo su pequeño homenaje. Su poema Nocturno de los lirios puede compararse a cualquier Shanks. Siga, siga. Hay lugar para usted en este Olim­po.» Y aunque el poema de Cribbe no sea en realidad el Nocturno de los lirios, sino Al es­cuchar a Delius en el cementerio, la cosa no le molesta y archiva la carta después de qui­tarle de un soplido la caspa que traía, y siente en seguida la quemazón de reunir todos sus poemas para hacer con ellos, ¡misericordia!, un libro. El huso y el jilguero, dedicado «a Clem Sowerby, jardinero de verdes dedos en el Jardín de las Hespérides».
Aparece el libro. Se da cuenta de él, favo­rablemente, en Middlesex. Y Sowerby, dema­siado modesto como para hacer la reseña des­pués de dedicatoria tan gratificante, lo reseña, eso sí, con nombre supuesto. «Este joven poe­ta –escribe– no es, afortunadamente, tan "modernista" como para rendir reverencia a la iluminadora fuente de su inspiración. Crib­be llegará lejos.»
Y Cribbe va en busca de sus editores. Se le extiende un contrato: Stitch & Time se com­prometen a publicar su próximo libro a con­dición de hacerse con la opción de los derechos de sus próximas nueve novelas. Cribbe se avie­ne también a leer ocasionalmente manuscritos que le envíe la editorial, y vuelve a casa pro­visto de un paquete que contiene un libro sobre El desarrollo del movimiento oxoniense en Finlandia de un tal Costwold Major, tres tragedias en verso blanco que tienen a María Estuardo por protagonista, y una novela que lleva por título Mañana, Jennifer.
Hasta ese contrato, nunca había pensado Cribbe en escribir una novela. Pero sin desa­nimarse ante el hecho de no saber distinguir a la gente –el mundo es para él una amorfa masa indiferenciada, con la excepción de algu­nas celebridades y de sus jefes en el departa­mento, pues nada de lo que pueda decir o hacer la gente le interesa si no se relaciona con su carrera literaria–, no desanimándole tampoco lo limitado de su invención, compa­rable a la de una ardilla o una rueda de mo­lino, se sienta en una silla, se remanga la ca­misa, se afloja el cuello, aprieta bien la pipa y se pone a estudiar fervorosamente la mejor manera de alcanzar un éxito comercial sin te­ner talento alguno. Pronto llega a la conclu­sión de que las ventas rápidas y las famas efímeras sólo llegan de la mano de novelas fuertes con títulos tales como Dispuesto a todo o Los dados de la muerte, de novelas prole­tarias que tratan de la conversión al materia­lismo dialéctico de chicos de la calle, con títu­los del tipo de Lluvia roja para ti, Alf, o de novelas como Melodía en Jauja, con un obscuro protagonista ligeramente cojo llamado Dirk Conway y la historia de su amor con dos mu­jeres, la lasciva Ursula Mountclare y la peque­ña y tímida Fay Waters. Y en seguida descu­bre, en las orgullosas revistas de circulación mensual, que las ventas menos importantes resultarán de novelas como El zodíaco interior, de G. H. Q. Bidet, despiadado análisis de los conflictos ideológicos que surgen entre Philip Armour, físico impotente de fama internacio­nal, Tristram Wolf, escultor bisexual, y la vir­ginal, exótica y dinámica esposa de Philip, Ti­tania, profesora de Economía de los Balcanes, y estudio de cómo personajes tan altamente sensibilizados –con el perfume de la era post-sartriana– se relacionan mientras comparten un trabajo por el bien de la Existencia, en una clínica de la Unesco.
Nada de bobadas. Cribbe comprende, poco después de iniciar una exploración con teodo­lito y máscara antigás por las más densas pá­ginas de Foyle, que lo que hay que escribir es una novela que se venda con facilidad y sin sensacionalismo en provincias y capitales y que trate, casualmente, del nacimiento, educación, vaivenes económicos, matrimonios, separacio­nes y muertes de cinco generaciones de una familia algodonera del Lancashire. Esta novela, advierte en seguida, debe tener la forma de una trilogía y cada una de sus partes ha de llevar un título eficaz y frío, algo así como La urdimbre, La trama y El camino. Y se pone a trabajar. De las reseñas de la primera novela de Cribbe, pueden seleccionarse párrafos tales como: «Una caracterización excelente unida a una perfecta habilidad narrativa», «Una his­toria llena de acontecimientos», «el lector llega a conocer a George Steadiman, a su esposa Muriel, al viejo Tobías Matlock (personaje de­licioso) y a todos los habitantes de la Casa Loom como si se tratara de miembros de la propia familia», «la austeridad de los Northcotes se apodera del lector», «tan inglesa como la lluvia de Manchester», «Cribbe es un autén­tico monstruo», «un relato con la clase de Phyllis Bottome». A partir del éxito, Cribbe se asocia a un club de escritores y se convierte en solicitado conferenciante, y llega incluso a hacer con regularidad críticas en las revistas (El resplandor de la prosa), elogiando una de cada dos novelas que se le envían e invitando a cenar al Club Servile, en el que ha sido acep­tado recientemente, a uno de cada tres escri­tores jóvenes que conoce.
Cuando por fin aparece la trilogía comple­ta, Cribbe sube como la espuma, pasa a formar parte del comité del Club de escritores, asiste a los funerales que se celebran en honor de los hombres de letras muertos en el transcurso de los últimos cincuenta años, rescinde su viejo contrato, saca una nueva novela que es selec­cionada por un Club de lectores para su oferta mensual, y se le ofrece, en la casa Stitch & Time, un puesto de «consejero» que acepta, abandona la Administración, se compra una casa de campo en los alrededores de Londres («¿No te parece increíble que esté a sólo trein­ta millas de Londres? Mira, un somorgujo crestado». Y pasa volando un estornino) y... una secretaria con la que acaba casándose por sus dotes táctiles, ¿Poesía? Acaso de vez en cuando un soneto para el Sunday Times. Ocasionalmente un librito de versos («Fue mi pri­mer amor, sabes»). Pero ya no le preocupa más, por más que fuera ella quien le condu­jera hasta donde ahora se encuentra. ¡Lo ha conseguido!

Y ahora, vengamos a contemplar por un momento otra clase de poeta, muy diferente, a quien llamaremos Cedric. Si se quiere seguir los pasos de Cedric –cosa que le haría feliz y por la que no llamaría jamás a un policía de no ser el sargento terrible y siniestro de Mecklenburg Square, que parece un Greco–, debe nacerse en la sordidez de la clase media o debe asistirse a una de las escuelas propias de esa clase (escuela que, claro está, debe odiarse, pues resulta esencial ser un incomprendido desde el comienzo), y llegar a la universidad con una reputación sólida ya de futuro poeta y, a ser posible, con un aspecto que oscile en­tre el de oficial de la Guardia y el de querida de un fotógrafo de sociedad. Se me puede preguntar ahora que cómo es posible llegar con esa reputación ya firme de «poeta digno de observación». (La observación de poetas va camino de ser tan popular como la observación de pájaros. Y parece razonable suponer que llegará el día en que el estado se decida a com­prar las oficinas de El Poetastro para conver­tirlas en parque nacional.) Pues bien, dicha pregunta escapa a los límites de estas más que elementales notas mías, y es que, además, debe asumirse que todo aquel que opta por abrazar la carrera poética sabe perfectamente cómo jugar esa baza en caso necesario. Se requiere también que el tutor universitario de Cedric resulte ser íntimo amigo del director de su an­tiguo colegio. En fin, ya tenemos ahí a Cedric, conocido por unas cuantas mentes privilegia­das en gracia a sus sensibles poemas de ramas doradas, frondas preciosas, ambrosía del pri­mer beso discreto en las barrocas cavernas lu­nares (uno de los roperos del colegio), en los umbrales de la fama y el mundo rendido de admiración a sus pies como una fila de baila­rinas genuflexas.
Si la acción transcurriera en los años vein­te, el primer libro de poemas de Cedric, publi­cado mientras estudiaba todavía en la univer­sidad, podría muy bien titularse Laúdes y áspides. Tendría la nostalgia de una vida que nunca existió. Expresaría un hastío existencial. (Vio en cierta ocasión el mundo por la ven­tanilla de un tren y le pareció irreal.) Sería una mezcla discretamente chillona, un pastel astutamente evocativo elaborado con ciruelas arrancadas del árbol de los Sitwells y compa­ñía, un invernáculo dulcemente cacofónico de exótica horticultura y curiosidades cómico-eró­ticas, de donde he extraído estas líneas típicas:


A cornucopia of phalluses
cascade on the vermilion palaces
in arabesques and syrup rigadoons.
Quince-breasted Circes of the zenanas
do catch this rain of cherry-wigged bananas
and saraband beneath the raspberry moons. *

* _

Una cornucopia de falos
se derrama torrencial sobre bermellones palacios
en arabescos y almibarinos rigodones.
Circes de amembrillados pechos de los serra­llos
se apoderan de este diluvio de plátanos de tonos cereza
y danzan la zarabanda bajo lunas de frambuesa.


Y tras una trifulca con las autoridades aca­démicas, se pierde en los Registros nostálgicos, y ya es todo un hombre.
Si la acción ocurriera durante los treinta, el libro podría llamarse Paros, Yo te aviso, y podría ofrecer dos tipos de versos. Bien un verso largo, lánguido y descuidado en el ritmo, abruptamente quebrado y con imágenes de conciencia social:

After the incessant means-test of conspiratorial winter
scrutinizing the tragic history of each robbed branch,
look! the triumphant bourgeoning!
spring gay as a workers' procession
to the newly opened gymnasium!
Look! the full employment of the blossoms! *


* _

Tras la inspección constante del conspiratorio in­vierno
escrutador de la trágica historia de cada rama robada
¡ved el retoñar triunfante,
la primavera feliz cual procesión de obreros
hasta el gimnasio recién abierto!
¡Ved el pleno empleo de la flor!

O bien una composición atrevida atestada de lenguaje callejero y coloquial, con retazos de canciones, algo de la música rítmica de Kipling y cierta recargada tristeza.

We're sitting pretty
in the appalling city.
I know where we're going
I don't know where from but.
Take it from me, boy;
you are my cup of tea, boy;
we're sitting on a big black bomb. *

* _

¡Qué bien estamos
en la espantosa ciudad.
Sé adonde vamos
pero no sé de dónde venimos.
Vente conmigo, amigo;
sólo te quiero a ti, amigo;
estamos encima de una gran bomba negra.

¡Conciencia social! Ese es el lema. Y mien­tras se toma un café, confiesa que quiere pa­sarse unas largas vacaciones en «un sitio vivo de verdad» («Adrián es la única persona que sabe hacer café en esta isla brutal». «Oye, Rodney, ¿dónde compras estos deliciosos pastelitos de color rosa?» «Es un secreto.» «Venga, dime dónde. Y te digo yo cómo se prepara esa receta que el coronel de Basil se trajo de Ceilán, sólo lleva tres libras de mantequilla y una cáscara de mango»). «Sí, un sitio auténtica­mente vivo. O sea, vivo, ¿no? Como el Valle de Rhondda o así. O sea, es que a mí aquello de verdad que me atrae, o sea que te quedas allí como sin hacer nada, ¿no? ¡Libros, libros! Lo que importa es la gente. O sea, hay que conocer a los mineros.» Y se marcha con Regie a pasar unas largas vacaciones en Bonn. A lo cual ha de seguir un librito de escritos político-viajeros que le convierten ya en pro­mesa que años más tarde pasa a consagrarse y llega a desempeñar el puesto de secretario literario de la CIAM (Consejo Internacional de las Artes del Mañana).
Si Cedric escribiera en los años cuarenta, lo más probable es que se sintiera atrapado y sin salida en una especie de apocalíptico rebozo, y que su primer libro se titulase Ma­crocosmo de lágrimas o Heliogábalo en Pen­tecostés. Cedric puede entonces mezclar sus metáforas y tópicos como fangoso engrudo y empapar los símbolos de que se sirve con ran­cia leche de burra para que así gane el con­junto en viscosa verborrea.
Después, Londres y las reseñas. Reseñas, claro está, de obras de otros poetas. Es tarea sencilla si se hace mal y aunque al principio no lo parezca, acaba por resultar siempre muy gananciosa. El vocabulario que un autor cons­cientemente deshonesto de reseñas de poesía contemporánea debe de aprender es muy limi­tado. Corriente, en primer lugar, y luego, im­pacto, efecto, conciencia, zeitgeist, esfera de influencia, Audeniano, último Yeats, período de transición, constructivismo, ingeniosamen­te salpicado, contribución, interminable, la dra­mática y breve despedida de toda la obra de un poeta adulto y responsable. Hay unas cuan­tas reglas fundamentales que deben ser obser­vadas: cuando se escribe una reseña, de por ejemplo, dos libros de versos absolutamente distintos, póngase el uno frente al otro como si se hubieran escrito los dos para un mismo concurso. He aquí una ilustración del mecanismo tan valioso y tan evitador de innecesarios derroches: «Tras los comentarios poéticos del Sr. A, tan sutiles y bien trenzados que se di­rían epigramas, la narrativa heroica, prolija y sonora del Sr. B adquiere una resonancia ex­trañamente hueca si consideramos la riqueza de sus textos y la vibrante orquestación de los mismos.» Hay que decidirse con sumo cuidado a admirar apasionadamente a un poeta determinado, guste o no su poesía. Todo se va a cargar a su cuenta, se le va a convertir en un segundo yo, va a ser patentado, se va a llegar con él hasta la tumba. Su nombre ha de citarse gratuitamente en todas las reseñas: «E. es, por desgracia, un poeta excesivamente dado al rosicler (y no como Héctor Whistle)». «Al leer la admirable, si bien en ocasiones pedes­tre, traducción de D., echamos de menos ese templado ardor y esa consumada capacidad de Hector Whistle.» Téngase cuidado con la elección del poeta, no vaya uno a convertirse en cazador furtivo. Se impone la siguiente pre­gunta previa: «¿Es Hector Whistle pichón de otra escopeta?»
Léanse todas las demás reseñas de los libros que se han de reseñar antes de pronunciarse sobre ellos una sola palabra. Cítense fragmen­tos de poemas sólo en caso de urgencia, pues una reseña debe siempre de versar sobre quien la hace y nunca sobre el poeta. Cuidado con censurar a un mal poeta rico, a no ser que se trate de uno notoriamente malo, ya difunto o exiliado en América, pues no se suele tardar en acceder desde las reseñas poéticas a la direc­ción de quién sabe qué revista, y muy bien pudiera suceder que ese mismo mal poeta rico fuera su mecenas.
Volviendo a Cedric, supongamos que, como resultado de una comparación por él estable­cida entre la poesía de un joven adinerado y la poesía de Auden –en detrimento de éste–, se ha hecho con la dirección de una nueva pu­blicación literaria. (También puede haberse hecho con nueva vivienda. En caso contrario, debiera insistir en que la nueva publicación necesita locales más cómodos, y trasladar su sede a ellos.) El primer problema con que Ce­dric se enfrenta es el de cómo llamarla. No es tarea fácil, ya que la mayoría de los nombres desprovistos de significación –elemento esen­cial para el éxito del nuevo proyecto– han sido agotados ya. Horizonte, Polémica, Vendimia, Carabela, Semilla, Transición, Nuevo reino, Foco, Panorama, Acento, Apocalipsis, Arena, Circo, Cronos, Avisos, Viento y Lluvia. Sí, en efecto, ya han sido usados todos. Pero la mente de Cedric se devana incesantemente: Vacío, Volcán, Limbo, La piedra miliar, Necesidad, Erupción, Útero, Sismógrafo, Vulcano, Cogni­ción, Cisma, Datos, Fuego... y al fin, Clarobscuro, ya está. Lo demás es muy sencillo: sim­plemente editar.
Vayamos ahora muy someramente con otros métodos para convertir la poesía en empresa de alto rendimiento.
El Desmadre provinciano o el sistema de Viva-Rimbaud-y-a-por-ellos. Yo francamente no lo recomiendo mucho, pues son necesarias de­terminadas condiciones. Antes de aparecer avasalladoramente en un centro de actividad literaria –o sea el bar adecuado, en los primeros años, las casas adecuadas después, y finalmente los clubs adecuados– ha de tenerse detrás un cuerpo (la cabeza no es precisa) de versos fe­roces e incomprensibles. (Como ya he dicho antes, no es mi empeño describir cómo se lo­gran estos éxtasis gauchistas y verbosos. Hart Crane descubrió un buen día que escuchar bo­rracho a Sibelius le hacía ponerse a escribir hasta ya no poder más. Un amigo mío que ha padecido violentas jaquecas desde los ocho años, encuentra tan sencillo escribir así que tiene que hacerse nudos en el pañuelo para acordarse de que hay que parar de vez en cuan­do. Hay muchos métodos y siempre hay un camino si existe el deseo de un ligero delirio.) En fin, este poeta necesita estar en posesión de la constitución y la sed de un caballo que sólo se alimentara de sal, el pellejo de un hipo­pótamo, ilimitada energía, prodigioso engrei­miento, falta absoluta de escrúpulos y –más importante que nada, nunca estará de más in­sistir sobre este punto– una casa lejos de la capital adonde regresar cuando se deprima.
Me temo que tendré que pasar muy por alto otros tipos de mi clasificación.
Del poeta que tan sólo escribe porque quie­re escribir, a quien publicar o dejar de publi­car no le preocupa en absoluto, y que puede enfrentarse tranquilamente con la pobreza y el anonimato, de ése pocas cosas de valor pue­do decir. Este no es un hombre de negocios. La posteridad no es rentable.
Anotemos también otra clase de poesía, altamente no recomendada:
Poemas para tarjetas de felicitación: am­plio mercado, ganancias mínimas.
Poemas para las cajas de galletas: muy variable.
Poemas para niños: pueden acabar con el autor y con los niños.
Necrológicas en verso: es difícil competir con los valores tradicionales.
Poesía como forma de chantaje (por abu­rrimiento): peligroso. La víctima puede contraatacar con la lectura de su tragedia incom­pleta, «El termo», sobre la vida de san Ber­nardo.
Y finalmente: Poemas en las paredes de los retretes. La compensación es puramente psico­lógica.
Muchas gracias.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Dios y la Escritura - por Juan Arabia y Leonardo de León





“¡Oh, dicha de entender, mayor que
la de imaginar o la de sentir!”.

J.L.B.




12: Solo una vez esa idea llego hasta mí, y resulto atroz. Fue una imagen, y no palabras, quienes resolvían el enigma. "Era, Dios la última palabra, y la primera de ellas".
Intenté, como un niño, disuadirla en la arena para darle vida a su reflejo. Pero resulto imposible, ¡Oh tarea de los sabios, de los enfermos y descreídos!

H.Z:
Pero descubrí casi enardecido, que Dios era la arena y el reflejo, y mi intención, y los sabios, los enfermos.
Pero mi idea no era Dios. No. Mi idea era mía en ese momento. Éramos la idea y yo en medio de un Dios que creábamos juntos.

12:
¡Nietzsche y los incrédulos brotan en ti como una máscara de hierro! Has escuchado más de lo que has visto, y olvidado más que lo que sientes. Enardecido estabas, viejo amigo, y enardecido te prefiero, y el mundo te prefiere.
Pero si de esa forma lo proclamas, quiero escuchar tal idea. Si no era Dios ¿Que forma era?

H.Z : Era la forma de una caricia pero no de la mano; de un paso pero no del pie. Era la forma de un ciego pero no la de sus ojos. Dios tenía la forma del aire en el aire, del agua en el agua.

12 : Pero si de tal claridez resulta tu imagen, hermano que tan hermosa idea tiene.
¿Porque no podemos describirlo sino por las formas que lo acontecen?
¿Habrá un lenguaje perdido, que solo los elegidos entenderán?

H.Z.: Sí, hermano de siempre. Y el elegido es el más burdo y el más anónimo. Dios debió enfadarse con el popular Mesías que le dio suceso. Y ese Mesías debió de mentir ante el castigo que se sabía cierto.

lunes, 25 de agosto de 2008

Autores Memorables - Evangelios Apócrifos - El Evangelio de Nicodemo. En Megafón Nro.3




Evangelios Apócrifos.
El Evangelio de Nicodemo.

Capítulo XXIDiscusión entre Satanás y la Furia en los infiernos

1. Y, mientras todos los padres antiguos se regocijaban, he aquí que Satanás, príncipe y jefe de la muerte, dijo a la Furia: prepárate a recibir a Jesús, que se vanagloria de ser el Cristo y el Hijo de Dios, y que es un hombre temerosísimo de la muerte, puesto que yo mismo lo he oído decir: Mi alma está triste hasta la muerte. Y entonces comprendí que tenía miedo de la cruz.
2. Y añadió: Hermano, aprestémonos, tanto tú como yo, para el mal día. Fortifiquemos este lugar, para poder retener aquí prisionero al llamado Jesús que, al decir de Juan y de los profetas, debe venir a expulsarnos de aquí. Porque ese hombre me ha causado muchos males en la tierra, oponiéndose a mí en muchas cosas, y despojándome de multitud de recursos. A los que yo había matado, él les devolvió la vida. Aquellos a quienes yo había desarticulado los miembros, él los enderezó por su sola palabra, y les ordenó que llevasen su lecho sobre los hombros. Hubo otros que yo había visto ciegos y privados de la luz, y por cuya cuenta me regocijaba, al verlos quebrarse la cabeza contra los muros, y arrojarse al agua, y caer, al tropezar en los atascaderos, y he aquí que este hombre, venido de no sé dónde, y, haciendo todo lo contrario de lo que yo hacía, les devolvía la vista por sus palabras. Ordenó a un ciego de nacimiento que lavase sus ojos con agua y con barro en la fuente de Siloé, y aquel ciego recobró la vista. Y, no sabiendo a qué otro lugar retirarme, tomé conmigo a mis servidores, y me alejé de Jesús. Y, habiendo encontrado a un joven, entré en él, y moré en su cuerpo. Ignoro cómo Jesús lo supo, pero es lo cierto que llegó adonde yo estaba, y me intimó la orden de salir. Y, habiendo salido, y no sabiendo dónde entrar, le pedí permiso para meterme en unos puercos, lo que hice, y los estrangulé.
3. Y la Furia, respondiendo a Satanás, dijo: ¿Quién es ese príncipe tan poderoso y que, sin embargo, teme la muerte? Porque todos los poderosos de la tierra quedan sujetos a mi poder desde el momento en que tú me los traes sometidos por el tuyo. Si, pues, tú eres tan poderoso, ¿quién es ese Jesús que, temiendo la muerte, se opone a ti? Si hasta tal punto es poderoso en su humanidad, en verdad te digo que es todopoderoso en su divinidad, y que nadie podrá resistir a su poder. Y, cuando dijo que temía la muerte, quiso engañarte, y constituirá tu desgracia en los siglos eternos.
4. Pero Satanás, el príncipe de la muerte, respondió y dijo: ¿Por qué vacilas en aprisionar a ese Jesús, adversario de ti tanto como de mí? Porque yo lo he tentado, y he excitado contra él a mi antiguo pueblo judío, excitando el odio y la cólera de éste. Y he aguzado la lanza de la persecución. Y he hecho preparar madera para crucificarlo, y clavos para atravesar sus manos y sus pies. Y le he dado a beber hiel mezclada con vinagre. Y su muerte está próxima, y te lo traeré sujeto a ti y a mi.
5. Y la Furia respondió, y dijo: Me has informado de que él es quien me ha arrancado los muertos. Muchos están aquí, que retengo, y, sin embargo, mientras vivían sobre la tierra, muchos me han arrebatado muertos, no por su propio poder, sino por las plegarias que dirigieron a su Dios todopoderoso, que fue quien verdaderamente me los llevó. ¿Quién es, pues, ese Jesús, que por su palabra, me ha arrancado muertos? ¿Es quizá el que ha vuelto a la vida, por su palabra imperiosa, a Lázaro, fallecido hacía cuatro días, lleno de podredumbre y en disolución, y a quien yo retenía como difunto?
6. Y Satanás, el príncipe de la muerte, respondió y dijo: Ese mismo Jesús es.
7. Y, al oírlo, la Furia repuso: Yo te conjuro, por tu poder y por el mío, que no lo traigas hacia mí. Porque, cuando me enteré de la fuerza de su palabra, temblé, me espanté y, al mismo tiempo, todos mis ministros impíos quedaron tan turbados como yo. No pudimos retener a Lázaro, el cual, con toda la agilidad y con toda la velocidad del águila, salió de entre nosotros, y esta misma tierra que retenía su cuerpo privado de vida se la devolvió. Por donde ahora sé que ese hombre, que ha podido cumplir cosas tales, es el Dios fuerte en su imperio, y poderoso en la humanidad, y Salvador de ésta, y, si le traes hacia mí, libertará a todos los que aquí retengo en el rigor de la prisión, y encadenados por los lazos no rotos de sus pecados y, por virtud de su divinidad, los conducirá a la vida que debe durar tanto como la eternidad.

Capítulo XXII Entrada triunfal de Jesús en los infiernos

1. Y, mientras Satanás y la Furia así hablaban, se oyó una voz como un trueno, que decía: Abrid vuestras puertas, vosotros, príncipes. Abríos, puertas eternas, que el Rey de la Gloria quiere entrar.
2. Y la Furia, oyendo la voz, dijo a Satanás: Anda, sal, y pelea contra él. Y Satanás salió.
3. Entonces la Furia dijo a sus demonios: Cerrad las grandes puertas de bronce, cerrad los grandes cerrojos de hierro, cerrad con llave las grandes cerraduras, y poneos todos de centinela, porque, si este hombre entra, estamos todos perdidos.
4. Y, oyendo estas grandes voces, los santos antiguos exclamaron: Devoradora e insaciable Furia, abre al Rey de la Gloria, al hijo de David, al profetizado por Moisés y por Isaías.
5. Y otra vez se oyó la voz de trueno que decía: Abrid vuestras puertas eternas, que el Rey de la Gloria quiere entrar.
6. Y la Furia gritó, rabiosa: ¿Quién es el Rey de la Gloria? Y los ángeles de Dios contestaron: El Señor poderoso y vencedor.
7. Y, en el acto, las grandes puertas de bronce volaron en mil pedazos, y los que la muerte había tenido encadenados se levantaron.
8. Y el Rey de la Gloria entró en figura de hombre, y todas las cuevas de la Furia quedaron iluminadas.
9. Y rompió los lazos, que hasta entonces no habían sido quebrantados, y el socorro de una virtud invencible nos visitó, a nosotros, que estábamos sentados en las profundidades de las tinieblas de nuestras faltas y en la sombra de la muerte de nuestros pecados.

Capítulo XXIII Espanto de las potestades infernalesante la presencia de Jesús

1. Al ver aquello, los dos príncipes de la muerte y del infierno, sus impíos oficiales y sus crueles ministros quedaron sobrecogidos de espanto en sus propios reinos, cual si no pudiesen resistir la deslumbradora claridad de tan viva luz, y la presencia del Cristo, establecido de súbito en sus moradas.
2. Y exclamaron con rabia impotente: Nos has vencido. ¿Quién eres tú, a quien el Señor envía para nuestra confusión? ¿Quién eres tú, tan pequeño y tan grande, tan humilde y tan elevado, soldado y general, combatiente admirable bajo la forma de un esclavo, Rey de la Gloria muerto en una cruz y vivo, puesto que desde tu sepulcro has descendido hasta nosotros? ¿Quién eres tú, en cuya muerte ha temblado toda criatura, y han sido conmovidos todos los astros, y que ahora permaneces libre entre los muertos, y turbas a nuestras legiones? ¿Quién eres tú, que redimes a los cautivos, y que inundas de luz brillante a los que están ciegos por las tinieblas de sus pecados?
3. Y todas las legiones de los demonios, sobrecogidos por igual terror, gritaban en el mismo tono, con sumisión temerosa y con voz unánime, diciendo: ¿De dónde eres, Jesús, hombre tan potente, tan luminoso, de majestad tan alta, libre de tacha y puro de crimen? Porque este mundo terrestre que hasta el día nos ha estado siempre sometido, y que nos pagaba tributos por nuestros usos abominables, jamás nos ha enviado un muerto tal como tú, ni destinado semejantes presentes a los infiernos. ¿Quién, pues, eres tú, que has franqueado sin temor las fronteras de nuestros dominios, y que no solamente no temes nuestros suplicios infernales, sino que pretendes librar a los que retenemos en nuestras cadenas? Quizá eres ese Jesús, de quien Satanás, nuestro príncipe, decía que, por su suplicio en la cruz, recibiría un poder sin límites sobre el mundo entero.
4. Entonces el Rey de la Gloria, aplastando en su majestad a la muerte bajo sus pies, y tomando a nuestro primer padre, privó a la Furia de todo su poder y atrajo a Adán a la claridad de su luz.

Capítulo XXIV Imprecaciones acusadoras de la Furia contra Satanás

1. Y la Furia, bramando, aullando y abrumando a Satanás con violentos reproches, le dijo: Belzebú, príncipe de condenación, jefe de destrucción, irrisión de los ángeles de Dios, ¿qué has querido hacer? ¿Has querido crucificar al Rey de la Gloria, sobre cuya ruina y sobre cuya muerte nos habías prometido tan grandes despojos? ¿Ignoras cuán locamente has obrado? Porque he aquí que este Jesús disipa, por el resplandor de su divinidad, todas las tinieblas de la muerte. Ha atravesado las profundidades de las más sólidas prisiones, libertando a los cautivos, y rompiendo los hierros de los encadenados. Y he aquí que todos los que gemían bajo nuestros tormentos nos insultan, y nos acribillan con sus imprecaciones. Nuestros imperios y nuestros reinos han quedado vencidos, y no sólo no inspiramos ya terror a la raza humana, sino que, al contrario, nos amenazan y nos injurian aquellos que, muertos, jamás habían podido mostrar soberbia ante nosotros, ni jamás habían podido experimentar un momento de alegría durante su cautividad. Príncipe de todos los males y padre de los rebeldes e impíos, ¿qué has querido hacer? Los que, desde el comienzo del mundo hasta el presente, habían desesperado de su vida y de su salvación no dejan oír ya sus gemidos. No resuena ninguna de sus quejas clamorosas, ni se advierte el menor vestigio de lágrimas sobre la faz de ninguno de ellos. Rey inmundo, poseedor de las llaves de los infiernos, has perdido por la cruz las riquezas que habías adquirido por la prevaricación y por la pérdida del Paraíso. Toda tu dicha se ha disipado y, al poner en la cruz a ese Cristo, Jesús, Rey de la Gloria, has obrado contra ti y contra mí. Sabe para en adelante cuántos tormentos eternos y cuántos suplicios infinitos te están reservados bajo mi guarda, que no conoce término. Luzbel, monarca de todos los perversos, autor de la muerte y fuente del orgullo, antes que nada hubieras debido buscar un reproche justiciero que dirigir a Jesús. Y, si no encontrabas en él falta alguna, ¿por qué, sin razón, has osado crucificarlo injustamente, y traer a nuestra región al inocente y al justo, tú, que has perdido a los malos, a los impíos y a los injustos del mundo entero?
2. Y, cuando la Furia acabó de hablar así a Satanás, el Rey de la Gloria dijo a la primera: El príncipe Satanás quedará bajo tu potestad por los siglos de los siglos, en lugar de Adán y de sus hijos, que me son justos.

Las Conversaciones en la Lectura, Por Maximiliano Da Ponte Cavaco, en Megafón Nro.3




“Yo diría que lo más importante de un autor es su entonación, lo más importante de un libro es la voz del autor, esa voz que llega a nosotros” Jorge Luis Borges, en Borges Oral.

En un pasaje de sus Confesiones, San Agustín menciona el asombro que le causó haber visto por primera vez a un hombre leyendo en silencio. “Cuando leía sus ojos recorrían las páginas y su corazón entendía su mensaje, pero su voz y su lengua quedaban quietas.” Este fragmento es el primer registro claro de un caso de lectura de este tipo en Occidente. Aquél hombre, San Ambrosio, mantenía una actitud enteramente ajena a la época, puesto que se creía que las palabras estaban destinadas a ser pronunciadas, llevando los signos implícitos sus propios sonidos. De esa manera las palabras escritas, las scripta, consideradas como muertas en sí, tomaban vida y se convertían en verba.
Agustín, como los eruditos de entonces, consideraba que esos sonidos propiciaban una conversación con los ausentes; la lectura correspondía al despertar de una voz del pasado que se actualizaba en el momento en que alguien pronunciaba lo escrito.
En el siglo VIII, San Isidoro de Sevilla, que compartía la idea de Agustín de que la lectura hacía posible la conversación a través del tiempo, distinguía que ese poder de transmisión, las letras seguían ejerciéndolo aún en la lectura silenciosa.
Francesco Petrarca no pudo evitar, después de haber leído las Confesiones de San Agustín y sentir que su voz le hablaba íntimamente, componer tres diálogos imaginarios con él, que formarían parte de su obra póstuma Secretum Meum.
La aparición de antecedentes como estos simplifica la tarea de comentar -y profesar- la tesis platónica (que no debería ruborizarse ante el peligro de sonar extravagante) de que la lectura es hoy, por lo menos para algunas personas, un diálogo íntimo con un autor.
Aquel diálogo que imaginó Petrarca, podría tomarse como una hermosa matriz del pasado que ideó infinitas conversaciones entre lectores y autores. Esa forma de diálogo se presenta en los lectores, de manera imaginaria, en los momentos en que se siente cercanía con cierta obra, cierto personaje o autor.
Lejos debería quedar entonces la trivialidad de pensar al hábito de la lectura como una elemental actividad de interpretación de signos en soledad. Tal enigmatica empresa se hace con la compañía del autor. Esto nace en gran parte de la complementariedad necesaria en toda obra literaria: el lector recibiendo la obra y recreándola, construyendo sus propias imágenes; hecho que alimenta a la imaginación como ningún otro en la basta esfera del arte. Se puede pensar que los autores siguen hablando con los lectores, y lo hacen ahora de manera más íntima, más cercana. Las infinitas posibilidades lúdicas de la lectura deberían permitirle poder adaptarse a cualquier metáfora que pretenda describirla.
El hecho artístico debe reconocerse como una relación entre dos personas, dos mentes, parecidas. Parecidas, al menos, en el hecho de cierto amor, cierta pasión que los une. Por eso el sentimiento de alegría al sentir que ese autor es reconocido a la vez por otras personas. Por eso el pesar cuando alguien con malas intenciones ubica a un autor amigo en un lugar donde él no querría estar, hecho que se sabe con certeza simplemente por conocer verdaderamente a ese autor. Al disfrutar de una obra, se recibe el afecto del autor, que proviene del mismo pedido de cariño que toda obra reclama.
El encuentro imaginario entre estos dos seres complementarios reconoce pocas limitaciones: Casi todo espacio es favorable (una cama, un tren, un banco de la facultad, un asiento del trabajo); casi todo momento también (bastará, en todo caso, con desviar un poco la atención del tedio que producen ciertas circunstancias incómodas, ciertos diálogos insignificantes, para hablar sin más con quienes se quiere). Cualquier edad posterior al aprendizaje de la lectura es propicia, por lo menos puede asegurarse la enternecedora imagen que resulta de suponerse siendo viejo y reconociendo una figura imaginaria con la que se ha conversado por años.
Recuerdo de manera vaga a un autor que, para poder explicar que todo lector apasionado no debería separarse nunca de sus volúmenes, usaba como referencia a un ministro persa que cuando emprendía un viaje, ordenaba adiestrar sus camellos para poder llevar su biblioteca en orden alfabético. Esta sofisticación, anacrónica, sirve para metaforizar de manera eficaz la relación del lector apasionado con sus libros. El lector lleva su biblioteca imaginaria en la memoria y acude a darle vida a ciertos versos, siempre que una situación lo merezca. Sólo por esta razón puede llegar a justificarse la crueldad propia de quienes obligan a memorizar textos; pobres incautos que no entenderán nunca la sentencia montaigneana de que “lectura obligatoria” es un concepto paradójico. De esta manera, la persistente (pero siempre liviana) carga imaginaria se puede hacer presente cuando sea necesario.
“A coward dies a thousand deaths, a brave man dies but once”. He anticipado la muerte de este escrito innumerable cantidad de veces… ahora entiendo que él pretende, sin embargo, conquistar la segunda parte de aquel verso.
Pocas cosas deberían considerarse más importantes en el mundo de la literatura que el poder sentir a un autor lejano, en el tiempo y en el espacio, como cercano. Personalmente, me siento feliz al sentir que leyendo puedo habitar lugares y épocas remotas. ¿Se les ocurrirá a las personas del futuro en que el libro funcionó, alguna vez, como una máquina del tiempo no del todo lograda?
Razones conocidas por todos, otras íntimas, personales, me permiten acceder a la fuerte sospecha de que puede surgir en el pensamiento de muchas personas la palabra “amigo” a la hora de evocar a un autor. Borges se divertía mucho a la hora de clasificar a cierto escritor como más amigo que otro. Cualquier persona, tomando esta actitud, se puede encontrar con que tal amigo invita a otro a ser conocido. Hasta puede generarse el hermoso juego de pensar a otros como enemigos, actitud que, por supuesto, no debe asustar a nadie.
El destino de estas líneas podría ser pretender consolar al amigo Holden Caulfield, quien se lamentaba al no poder hablar personalmente con los autores que más quería; podría ser (considero esta opción como más legítima) el intentar conversar con alguien en frente de esta hoja, que sienta algo parecido.

Autores Memorables - William Blake, en Megafón nro.2


Selección de El matrimonio del cielo y el infierno



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VISIÓN MEMORABLE
Un ángel vino a mí y dijo: "¡Oh, joven necio,
digno de lástima! ¡Horrible, espantable estado el
tuyo! Piensa en el calabozo abrasador que te
preparas por toda la eternidad y a donde te lleva el
camino que sigues.”
Yo dije:. "Tal vez podrías mostrarme mi lugar
eterno. Juntos lo contemplaremos hasta ver qué sitio
es más deseable: el tuyo o el mío.
Entonces me llevó a través de un retablo, a
través de una iglesia y, después, hacia abajo, a la
cripta de la iglesia en cuyo extremo había un molino.
Entramos en el molino y llegamos a una caverna. A
tientas seguimos nuestro tedioso trayecto, bajo la
tempestuosa caverna hasta llegar a un espacio vacío
que apareció sobre nosotros como un cielo;
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agarrándonos las raíces de los árboles logramos
colgarnos dominando esta inmensidad.
Entonces dije: "Si quieres, nos abandonaremos a
este vacío para ver si también en él está la
Providencia. Si tú no quieres, yo sí quiero.”
Mas él respondió: "Joven presuntuoso, ¿no te
basta contemplar tu lugar estando aquí? Cuando
cese la oscuridad, aparecerá.”
Permanecí entonces, cerca del Ángel, sentado en
los enlaces de las raíces de un roble, y el Ángel
quedó suspendido en un Bongo que colgaba su
cabeza sobre el abismo.
Poco a poco, la profundidad infinita tornóse
distinta, rojiza como el humo de una ciudad
incendiada. Sobre nosotros, a una distancia inmensa,
el sol negro y brillante. En torno al sol huellas de
fuego; y sobre las huellas caminaban arañas
enormes, arrastrándose hacia sus víctimas que
volaban o, más bien, nadaban en la profundidad
infinita, en forma de animales horribles, salidos de la
corrupción; y el espacio estaba lleno y parecía por
ellos orinado. Son los demonios, llamados Potencias
del aire.
Pregunté a mi compañero cuál era mi lugar
eterno. Y dijo: "Entre las negras y blancas.”
26
Pero en ese momento, entre las arañas negras y
blancas una nube de fuego estalló rodando a través
del abismo, ennegreciendo todo lo que encontraba
bajo ella al punto que el abismo inferior quedó
negro como un mar y se estremeció con un ruido
espantoso.
Nada se podía ver debajo de nosotros, sino una
negra tempestad hasta que, mirando hacia el
Oriente, entre las nubes y las olas, vimos una
cascada en medio de sangre y fuego y, distante de
nosotros sólo unos tiros de piedra, apareció
nuevamente el repliegue escamoso de una serpiente
monstruosa. Por último, hacia el Oriente, cerca de
tres grados distante, apareció, sobre las olas, una
cresta inflamada; se elevó lentamente como una
cima rocosa, y vimos dos globos de fuego carmesí, y
el mar se escapaba de ellos en nubes de humo.
Comprendimos que aquello era la cabeza de
Leviathan: la frente surcada de estrías de color verde
y púrpura como las de la frente del tigre; de pronto,
vimos sus fauces, y sus branquias rojas colgaban
sobre la espuma enfurecida tiñendo el negro abismo
con rayos de sangre, avanzando hacia nosotros con
la fuerza de una existencia espiritual.
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El Ángel mi amigo escaló su sitio en el molino.
Quedó solo. La aparición dejó de serlo. Y me
encontré sentado en una deliciosa terraza, al borde
de un río, al claro de luna, oyendo cantar a un arpista
que se acompañaba con su instrumento. Y el tema
de su canción era: "El hombre que no cambia de
opinión es como el agua estancada: engendra los
reptiles del espíritu.”
En seguida, me puse en pie y partí en busca del
molino donde encontré a mi Ángel que,
sorprendido, me preguntó cómo había logrado
escapar.
Respondí: "Todo lo que vimos juntos procedía
de tu metafísica; después de tu fuga, me hallé en una
terraza oyendo a un arpista, al claro de luna. Mas
ahora que hemos visto mi lugar eterno, ¿puedo
enseñarte el tuyo?”
Mi proposición le hizo reír; mas yo, de pronto, le
estreché en mis brazos y volé a través de la noche de
Occidente y, así, nos elevamos sobre la sombra de la
tierra; con él, me lancé derecho al cuerpo del sol, allí
me vestí de blanco y, tomando los libros de
Swedenborg, abandoné esta región gloriosa y,
dejando atrás los demás planetas, llegamos a
28
Saturno. Allí me detuve a fin de reposar. En seguida,
me lancé al vacío, entre Saturno y las estrellas fijas.
Le dije: "He aquí tu lugar en este espacio, si así
puede llamarse.”
Súbitamente, vimos el establo y la iglesia y lo
llevé al altar y abrí la Biblia, y he aquí mi pozo
profundo al que descendía llevando al Ángel delante
de mí. De pronto, vimos siete casas de ladrillo y
entramos en una. Había en ella un gran número de
monos, cinocéfalos, y todos los de su especie
encadenados por la mitad de sus cuerpos
gesticulando y mordiéndose los unos a los otros,
más impedidos por lo corto de sus cadenas. Sin
embargo, me pareció que algunas veces su número
aumentaba, y que los fuertes devoraban a los débiles
y que, gesticulando siempre, primero copulaban con
ellos para devorarlos después, arrancando un
miembro primero y después otro, hasta que no
quedaba sino un miserable tronco que besaban
haciendo muecas de ternura para devorarlo al fin. Y
aquí y allá, vi a algunos saboreando la carne de su
propia cola. El mal olor nos incomodaba
horriblemente.
29
Entramos al molino. Mi mano atrajo el esqueleto
de un cuerpo que fue, en el molino, los Analíticos de
Aristóteles.
El Ángel me dijo: "Tu fantasía se ha impuesto a
mí; esto, debería ruborizarte.”
Respondí: "Cada uno impone al otro su fantasía,
y es tiempo perdido conversar contigo que no has
producido sino Analíticos.”
Siempre me ha parecido que los Ángeles tienen
la vanidad de hablar de sí mismos como si sólo ellos
fueran sabios; lo hacen con una confianza insolente
que nace del razonamiento sistemático.
Así Swedenborg se envanece de que cuanto
escribe es nuevo, aunque sólo es un índice o un
catálogo de libros publicados antes.
Un hombre lleva un mono a una fiesta y porque
era un poco más sabio que el mono se infló de
vanidad y se consideró mas sabio que siete hombres.
Así es el caso de Swedenborg que muestra la
locura de las iglesias y quita la máscara a los
hipócritas e imagina que todos los hombres son
religiosos y que él es el único hombre en la tierra que
rompió las mallas de la red.
Ahora, oíd el hecho tal como es: Swedenborg no
ha escrito una sola verdad nueva.

Autores Memorables - Dante Gabriel Rossetti, en Megafón Nro.2





Selección de The Blessed Damozel


The Blessed Damozel leaned out
From the gold bar of Heaven;
Her Eyes were deeper than the depth
Of waters stilled at even;
She Had Three lillies in her hand
And the stars in her hair were seven.[1]

Her robe, ungirt from clasp to hem,
No wrought flowers did adorn,
But a white rose of Mary´s gift,
For service meetly worn
Her hair, that lay along her back
Was yellow like ripe corn.[2]

Herseemed she scarce had been a day
One of God´s choristers;
The Wonder was not yet quite gone,
From that still look of hers;
Albeit, to them she left, her day
Had counted as ten years.[3]

(To one, it is ten years of years.
…Yet now, and in this place,
Surely she leaned o´er me, - her hair
Fell all about my face…
Nothing: the autumn-fall of leaves.
The whole years sets apace.) [4]

It was the rampart of God´s house
That she was standing on;
By God built over the sheer depth
The witch is Space begun;
So high, that looking downward thence
She scarce could see the sun.[5]

She gazed, and listened, and then said,
Less sad of speech than mild,
“All this is when he comes.” She ceased.
The light thrilled towards her, fill´d
With angels in strong level flight.
Her eyes prayed, and she smil´d.[6]

(I saw her smile.) But soon their path
Was vague in distant spheres:
And then she cast her arms along
The golden barriers,
And laid her face between her hands,
And wept. (I heard her tears).[7]



[1] “La Doncella Bienaventurada se inclinó / sobre la baranda de oro del Cielo; / Sus ojos eran más profundo que la hondura / De aguas aquietadas al atardecer; / Tenía tres lirios en la mano, / Y las estrellas de su pelo eran siete.”
2 “A su vestido, suelto desde el broche del dobladillo, / No lo adornaba ninguna flor, / Excepto una rosa blanca, regalo de María, / Llevada convenientemente para el oficio / Su cabello, que caía a lo largo de su espalda / Era amarillo como el trigo maduro”.
3 “A ella le parecía haber pasado apenas un día / De que era una de las coristas de Dios; / Todavía no se había ido del todo el asombro / De su tranquila mirada, / Para aquellos a quienes ella había dejado, su día / Había sido contado como diez años”.
4 “(Para uno son diez años de años. / ... Y sin embargo, en este mismo lugar, / Ella se inclinó una vez sobre mí, - sus cabellos / Caían sobro mi rostro... / Nada: la caída otoñal de las hojas. / El año entero pasa veloz.)
5 “Sobre la muralla de la casa de Dios / Ella estaba de pie; / Edificada por Dios sobre la profundidad vertical / Donde empieza el Espacio; / Tan alta, que mirando desde allí hacia abajo / Ella apenas podía ver el sol.”
6 “Ella miró, y escuchó, y dijo, / Su voz más apacible que triste, / “Todo esto sucederá cuando él venga”. Ella calló. / Y la luz iluminó, lleno / Estaba en el aire de ángeles en fuerte y parejo vuelo. / Sus ojos rezaron, y ella sonrió”.
7 “(Yo vi su sonrisa.) Pero pronto su camino / Fue vago en distantes esferas: / Y luego ella apoyó sus brazos / Sobre aquella baranda de oro, / Y dejó caer su rostro entre las manos, / Y lloró. (Yo oí sus lágrimas)."
[1] “La Doncella Bienaventurada se inclinó / sobre la baranda de oro del Cielo; / Sus ojos eran más profundos que la hondura / De aguas aquietadas al atardecer; / Tenía tres lirios en la mano, / Y las estrellas de su pelo eran siete.”
[2] “A su vestido, suelto desde el broche del dobladillo, / No lo adornaba ninguna flor, / Excepto una rosa blanca, regalo de María, / Llevada convenientemente para el oficio / Su cabello, que caía a lo largo de su espalda / Era amarillo como el trigo maduro”.
[3] “A ella le parecía haber pasado apenas un día / De que era una de las coristas de Dios; / Todavía no se había ido del todo el asombro / De su tranquila mirada, / Para aquellos a quienes ella había dejado, su día / Había sido contado como diez años”.
[4] “(Para uno son diez años de años. / ... Y sin embargo, en este mismo lugar, / Ella se inclinó una vez sobre mí, - sus cabellos / Caían sobro mi rostro... / Nada: la caída otoñal de las hojas. / El año entero pasa veloz.)
[5] “Sobre la muralla de la casa de Dios / Ella estaba de pie; / Edificada por Dios sobre la profundidad vertical / Donde empieza el Espacio; / Tan alta, que mirando desde allí hacia abajo / Ella apenas podía ver el sol.”
[6] “Ella miró, y escuchó, y dijo, / Su voz más apacible que triste, / “Todo esto sucederá cuando él venga”. Ella calló. / Y la luz iluminó, lleno / Estaba en el aire de ángeles en fuerte y parejo vuelo. / Sus ojos rezaron, y ella sonrió”.
[7] “(Yo ví su sonrisa.) Pero pronto su camino / Fue vago en distantes esferas: / Y luego ella apoyó sus brazos / Sobre aquella baranda de oro, / Y dejó caer su rostro entre las manos, / Y lloró. (Yo oí sus lágrimas)."